Enfrentando mi discapacidad desde mi niñez
Cuando venimos a este mundo, no tenemos idea de lo que nos tocará vivir, pues no elegimos la familia donde creceremos, el país donde nacemos y mucho menos el nombre que llevaremos. Todo lo vamos viendo conforme va pasando el tiempo...
Crecer rodeado de cariños y atenciones es verdaderamente una bendición que pocos tienen, y yo afortunadamente la tuve. Sin embargo, no tenía idea alguna que había sido elegida para ser parte de un grupo de personas con capacidades especiales y de lo que todo esto conllevaría.
Vagos recuerdos de mi niñez, aunque muy puntuales y significativos en mi vida, lograron en mí una mezcla de sentimientos, miedo, tristeza, soledad, inseguridad, desde muy temprana edad. Los cuales, no sabía qué sentido tenían y cómo me enfrentaría a eso sin tener alguna idea de ello. Pues cuando se es niño, sólo dependes de la atención y del cuidado de tus padres.
El miedo, la tristeza y la soledad..., fueron apareciendo cada vez más. Sobre todo cuando llegaba ese momento donde te llevan de viaje (eso era lo que comúnmente mi madre me decía), cuando en realidad iba era a la sala de un hospital. Lugar que se convirtió en parte de mí y donde pasé muchas noches sola, siendo aún una bebé. Rodeada de personas desconocidas.
Cada noche, buscaba a mi madre al rededor de esa sala y quien aparecía en su nombre era la enfermera de turno, esa que suplantaba en cierto modo, el papel de mi mamá. Sus atenciones y dedicación que cada una de ellas tuvo conmigo, fue muy significativa, puesto que me ayudó a sentir cariño y apego por esas mujeres.
Quiero dejar claro, que nada de eso que viví en ese hospital durante tantos años, se compara con lo que me tocó vivir en mi etapa escolar. Esa donde empecé a conocer la burla, el rechazo y saber el significado de la palabra "lástima". Dándome así la bienvenida a la cruda realidad que me tocaba vivir...
Los días de escuela resultaban ser no tan emocionaste, el simple hecho de pensar y adivinar qué me esperaba ese día, causaba total tristeza y miedo en mí. Malas experiencias que ningún niño sabe procesar y tampoco afrontar, pero no tuve otra opción que aprender a vivir con ello. Nunca fue fácil, pero la valentía y apoyo de mi madre me ayudó a soportar y entender que yo era una niña con condiciones diferentes, aunque a muchos les parecía que yo era una extraterrestre.
Todas esas burlas y rechazos que recibí, no sólo de los niños sino también de las maestras. Crearon en mí una parte frágil y dolorosa, que al recordarlo ahora mismo, puedo sentir exactamente lo que sentí aquel día. Logrando con esto, agrandar el miedo y dolor, marcando mi vida para siempre, sin embargo, todo esto que les cuento, hizo de mí una persona amable, cariñosa, soñadora y valiente. Dios siempre estuvo ahí, en silencio. Moldeando y desarrollando en mí capacidades muy especiales que hicieron de mí la mujer que soy ahora. Una mujer alegre, decidida, confiada, amada y admirada por muchas personas.
Finalmente, puedo decir que cada persona es diferente y debemos aprender a aceptarnos y valorarnos tal cual somos. Y recuerda esto, no permitas que nada ni nadie arruine tus sueños y te prohíba la libertad de ser feliz. Si Dios te da una pierna o un brazo, tú haz de eso la herramienta perfecta para llegar a ser lo mejor de ti...
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